20.6.21

Música para bailar triste

 Mi género favorito es la música para bailar triste, esa que busca el centro de gravedad permanente. La que hace que los poros supuren miedos y dudas. Con la que giras y giras y giras mientras la habitación entra en penumbra y sientes que los dedos de los pies acarician las baldosas frías del suelo hasta hacerlo sudar

El mareo provocado por los movimientos helicoidales de la cabeza con la melena formando torbellinos a su paso que enredan los pensamientos que habitan en cada esquina cogiendo polvo por haberlos ignorados durante tanto tiempo. Danzando en círculos deformes mientras las lágrimas de rabia caen por las mejillas y salen disparadas hacia los espejos que te rodean. En los que te miras al parar a coger aire y sentir la ira inspirada y expirada. Mientras te agarras fuertemente a lo que sea que lo rodee para, durante unos segundos, intentar evitar volver a caer a la espiral a la que te entregas sin mucha lucha.
Y vuelves a sentir los músculos contraerse al ritmo de la música que suena amortiguada al otro lado de la pared, donde la fiesta tiene lugar, en la que tú no participas, en la que la gente juega su papel y lo tienen bien aprendido. Mientras tú sigues bailando triste en la habitación de al lado, sudando el dolor, gritando de cansancio. Llorando de amor.
Y bailas, bailas, bailas, provocando que todo salga, que todo duela, que todo queme. Sintiendo los olores de tu cuerpo que te dicen que ya no puede más, apartándote el pelo de la cara, flexionándote al ritmo de los golpes y estirándote cuando suena algo lenta. Y sabes que te llaman, que la música es para ti, que el baile que haces no es el que te corresponde, ni estás en tu lugar asignado.
Pero sientes las vibraciones en la garganta y cierras los ojos y comienzas a ver todas las constelaciones del universo dentro de tus párpados, y a sentir el sabor de la sangre en tu boca cerrada. Y sigues bailando porque caerte al suelo no es una opción. Aunque la fiesta sea en tu honor.