20.6.21

Música para bailar triste

 Mi género favorito es la música para bailar triste, esa que busca el centro de gravedad permanente. La que hace que los poros supuren miedos y dudas. Con la que giras y giras y giras mientras la habitación entra en penumbra y sientes que los dedos de los pies acarician las baldosas frías del suelo hasta hacerlo sudar

El mareo provocado por los movimientos helicoidales de la cabeza con la melena formando torbellinos a su paso que enredan los pensamientos que habitan en cada esquina cogiendo polvo por haberlos ignorados durante tanto tiempo. Danzando en círculos deformes mientras las lágrimas de rabia caen por las mejillas y salen disparadas hacia los espejos que te rodean. En los que te miras al parar a coger aire y sentir la ira inspirada y expirada. Mientras te agarras fuertemente a lo que sea que lo rodee para, durante unos segundos, intentar evitar volver a caer a la espiral a la que te entregas sin mucha lucha.
Y vuelves a sentir los músculos contraerse al ritmo de la música que suena amortiguada al otro lado de la pared, donde la fiesta tiene lugar, en la que tú no participas, en la que la gente juega su papel y lo tienen bien aprendido. Mientras tú sigues bailando triste en la habitación de al lado, sudando el dolor, gritando de cansancio. Llorando de amor.
Y bailas, bailas, bailas, provocando que todo salga, que todo duela, que todo queme. Sintiendo los olores de tu cuerpo que te dicen que ya no puede más, apartándote el pelo de la cara, flexionándote al ritmo de los golpes y estirándote cuando suena algo lenta. Y sabes que te llaman, que la música es para ti, que el baile que haces no es el que te corresponde, ni estás en tu lugar asignado.
Pero sientes las vibraciones en la garganta y cierras los ojos y comienzas a ver todas las constelaciones del universo dentro de tus párpados, y a sentir el sabor de la sangre en tu boca cerrada. Y sigues bailando porque caerte al suelo no es una opción. Aunque la fiesta sea en tu honor.


7.11.19

veintiséis

una
dona
tena
catona
cuéntalas bien, abuela
que aquí tú
sigues siendo la reina

buenas noches

apágame la luz
y enciéndeme los sueños
acurrúcate a mi lado
y prométeme que viajaremos
a todas y cada una de las estrellas
qué fría está ña luna esta noche
no pasa nada,
la haremos quemar
hazte así
que tienes una constelación en la espalda
y sóplame el ojo
que creo que las lágrimas
no me dejan ver bien
lo bonito del universo

el machismo que no te mata hace que te den ganas de morirte

me da miedo pensar
que aunque no
sí estuve cerca de morir

lo suficiente
como para querer matarme

lo suficiente
como para saber
que si me acerqué a ti
me podría haber acercado a otro
que sí me hubiera matado

ballestrinque

entre tu obligo y el mío
hay un nudo
y no puedo deshacerlo

¿sabes ese hilo rojo?
ese que dicen
que une nuestros meñiques
ese no es tan fuerte
ese, créeme, se rompe

pero el nudo
entre tu obligo y el mío
está hecho de alguna aleación
entre diamante y acero
o puede que solo seda

que por mucho que te marches y te alejes
y que me dediques tu silencio
–ese que tanto me conforta–
y entre nosotros haya más kilómetros
que días juntos
                         permanece

porque es un nudo que nació
por un plato de macarrones
una sábana celeste
una botella de vino rota
y todas y cada una de las veces
que tu mano rozaba la mía

porque en ese nudo guardamos
el número exacto de mis lunares
de tus rizos
de nuestras risas
y de aquellas miradas

entre tu ombligo y el mío
hay un nudo
y no puedo deshacerlo

por si se aclaran las cosas
por si esos 2.000km
se ombligo a ombligo
se convierten en 20.000
y no en 2 cm

por si se convierte
en débil hilo rojo
en lugar de desaparecer
con grácil parsimonia

por si me quedo sin ti
o para siempre contigo
y no sé qué me da más miedo

entre tu ombligo y el mío
hay un nudo

no lo deshagas