30.1.11

¡Milagro!

¡Te he olvidado! ¡Es un milagro! Solo tenía que decírtelo.
Lo malo es que ahora quiero a otro. Espero que la historia no se repita, sobre todo porque él me trata como tú hacías.

28.1.11

Ganar.

Ojo con ojo. Pupila con pupila. ¿Amor? ¿Odio? No importa, en este caso no, esto es un asunto a vida o muerte. Fijamente nos miramos, durante un largo rato, muy largo, eterno. Debe acabar pronto, no puede durar para siempre, mi futuro está en juego. Debería ganar. He de ganar. Voy a ganar.
-¡Vale!, tú ganas.- se ríe escandalosamente, con esa risa que adoro. -Hoy toca peli ñoña entonces.-
-Te tengo comiendo de mi mano, y lo sabes.- digo con absoluta seguridad. Esa seguridad que solo sabe aportarme él.

21.1.11

Aventura.

Me desperté sobresaltada. Me asomé a la ventana y el coche ya estaba ahí, venía a buscarme. Ya no podía esconderme, había hecho todo lo posible por escaquearme. Pero ya era tarde, habían decidido por mí, sin darme tiempo a decidirme, explicarme o huir. 
Me vestí, cogí la bolsa y bajé. Ahí estaba, me miraba con gravedad, ternura y compasión. Era lo mejor para mí, decían. 
Resignada, crucé la puerta y me monté en aquel coche que inspiraba de todo menos seguridad. 
Mi padre me miró. -¿Estás lista?- me dijo. Lo miré, hice lo posible por sonreír. A lo mejor todo iba bien. A lo mejor todo se convertiría en una gran aventura. 

9.1.11

Gracias Karma.

Llegó y se sentó en la mesa de siempre, enfrente mía, como solíamos hacer cada vez que quedábamos a las 17:30 los sábados.
Sus ojos se posaron en los míos, esos ojos por los que todo dí; y él, la persona a la que amaba, me dijo adiós. Para siempre. Se marchó. El mundo se acabó para mí, amaba a otra. Me dejó rota, vacía. El instante en el que cruzaba la puerta se me hizo eterno. Pero ya no le amaba, ahora le odiaba; había dejado tanto atrás por él. Abandonado mis sueños. Olvidado mis ilusiones.
Pero el Karma actuó. Nunca más tuvo oportunidad de verme, ni de oírme, ni de olerme, ni de tocarme, ni de saborearme. Y mucho menos de sentirme. Nunca más volvió a respirar.
Su corazón dejó de latir.

Nubes como algodones de azúcar.

Me tumbé en la hierba, miré al cielo, y por primera vez me di cuenta de lo grandes que eran las nubes, y lo rápido que se movían. De lo pequeña e insignificante que era yo. Y como yo era tan pequeña mis problemas se volvieron diminutos. 
Y fui feliz
Y permanecí así el resto de mi vida.