16.5.17

Cosas mías

Me dijiste que eran cosas mías 
y yo te creí 
porque es lo que siempre hago 
cuando me dicen que hago cosas 
que no están muy bien.

Estoy bastante segura 
de que esa noche 
apoyaste la cabeza en la almohada 
y no conseguiste conciliar el sueño al instante, 
porque en el fondo 
sabías que me habías mentido.
Además, 
te habías mentido a ti mismo, 
y esas cosas tampoco está muy bien hacerlas. 
Y por eso 
te pesaba la cabeza 
y te picaba la manta 
en los pies.

Al día siguiente 
seguías pensando que eran cosas mías 
y por eso decidiste 
que lo mejor para mí 
era no saludarme. 
Porque eran cosas mías 
e iba a haber más cosas mías 
en mi cabeza 
si me dabas un beso en la mejilla.

Tres días después te diste cuenta
de que las cosas mías 
tenían un nombre y apellido, 
y eso era lo que no te gustaba 
de las cosas mías. 
Que daba la casualidad 
de que no tenían tu nombre 
ni tu apellido. 
Pero eran cosas mías, 
y por eso te daba igual.

Seguro que un día, 
al séptimo o así, 
recordaste todas las cosas mías 
que propiciaste tú 
y cómo yo las hice cosas mías. 
Porque yo no te besé. 
Ni te dije buenas noches. 
Ni te saqué a bailar. 
Ni te ignoré 
cuando me dio un poco de miedo
no entender lo que pasaba.

A los diez días me abrazaste 
porque las cosas mías 
se me habían pasado 
y gracias a eso habías conseguido 
empezar a poner tu vida en orden. 
Al undécimo me hablaste 
solo porque te habías acordado de mí. 
Al duodécimo te marchaste 
con tus cosas 
y me dejaste a mí 
con mis cosas mías. 
Que eran cosas mías.

Ahora ya no tengo cosas mías. 
En realidad nunca las tuve. 
Pero eso lo sé 
ahora, 
por eso digo 
que ya no tengo cosas mías.

Tú sí tienes cosas 
tuyas, 
y te empeñaste en que fueran 
mías.

Pero ahora 
la verdad
es que me da igual 
porque si tengo cosas mías, 
son mías. 
Y las tuyas son tuyas. 
Y así como a ti, 
en realidad, 
te importaban muchísimo 
las cosas mías. 
A mí las tuyas 
no me importan 
nada.