16.7.16

Miedo

En la punta
de la yema
de los dedos,
ahí reposa el miedo.
Creo.

Lo noto
cuando rozo otros miedos,
y una corriente eléctrica
asciende hasta llegar a la nuca,
erizando cada uno de mis poros.

Apartándose de ellos,
porque mis miedos
no son tan valientes,
y no se atreven
a enfrentarse
a los miedos de los demás.

A veces
no buscan confrontación,
sino posarse
junto a los míos,
en la punta de mis dedos.

Otras veces
suben por cada falange
y llegan hasta la palma de la mano,
los encierran,
y los protegen.

Y ellos me alertan
y huimos
de esos miedos amigos,
que prometen
hacer de mis miedos
menos miedos.

Luego vuelven
a su sitio, atentos
a que ningún miedo
les diga
que se pueden disipar.
Y así siempre.

Está ahí
cuando me da la mano
en caso de que dude,
y al final
me inclino por irme con él.
Con el miedo.
Lejos,
donde se está mejor.
Apoyándome
en mis decisiones
                              erradas.

No está más adentro
porque no es tangible,
aunque sí es sensible.
Y se ofende
cuando dudan de él.
No puedo agarrarlo
para lanzarlo
y apartarlo de mí,
distante,
aunque lo intento.
Así que, sí,
está ahí.
No lo toco,
pero lo siento,
sobre todo adentro.