3.4.16

La madriguera

Los caparazones se desconchan y te dejan desnudo, es más fácil que te hagan daño. El mero roce de una pluma, las yemas de los dedos, palabras inocentes rasgan y desgarran mostrando el interior putrefacto tras años sin ver la luz.
Expones a los demás tu espiral interna de miedos, dudas y palabras calladas. Intentas abarcar todo con tus débiles manos que no hacen sino desordenar más el núcleo vertiginoso que tienes dentro. Te asomas hacia adentro, admirando el centro desde el borde con nauseas, con temor de no poder controlar todo.
Intentas crear de nuevo esa armadura de ficción que no llega a solidificarse antes de que otro puñal llegue, te rompa y vuelva a revelar esa médula destrozada que es de color muerte y huele a negro.
Te planteas todos y cada uno de los pasos que das, con temor y titubeo. Las baldosas caen al abismo cada vez que pisas, y tú con ellas detrás. Y esperas de nuevo el golpe que te recuerdan que las lágrimas brotan de los ojos con más facilidad de la que recordabas.
Te sumes en la oscuridad sin más sonido de ambiente que el martilleo de tu mente. Comienza el mareo de ideas que ni con la frente pegada al frío del piso aminora. Y descubres entonces que duele, que nunca ha dejado de doler, que sigue doliendo. Que va a más. Y no sabes qué es lo que duele.
Mejor volver a la madriguera.