3.2.16

Ecuaciones de cuarto grado

El impulso de lo eterno.
De asomarse
al oscuro vacío
y saltar sin miedo
a tocar el suelo de espaldas,
doliendo.

Rompiendo las costillas
y desangrarse
por cada uno de los poros.
Ni sentirlo.

El error
de meditar
lo impensable,
queriendo vivir por vivir,
porque es lo que hacemos.
Por inercia.

Recuerdos y memorias,
que no son lo mismo,
si acaso se parecen.
Y las marcas de la piel
rugosas y oscuras,
que vibran
bajo la yema de los dedos
cuando sin querer
las rozan.

La adrenalina
que cruza cada uno
de los vasos sanguíneos,
hasta la punta de los dedos
que tiemblan sin control.

Los pies que se desarman
frente al abismo,
ceden.

Los brazos
que se tornan alas
y alzan el vuelo
alto,
ligero.

Los cielos grises
que cruzamos por encima,
más arriba de las nubes,
aún.

La alegría efervescente
de la libertad
supurando
por los vellos de punta.

El sudor
frío
arremetiendo contra los ojos,
cegando,
junto a la blanca luz incandescente.

Manecillas
paradas,
eternas
e infinitas.